17/11/11

MIEDO Y ANSIEDAD: SOBRE LA PERCEPCIÓN DE LA PROTESTA UNIVERSITARIA

La relación del país con el movimiento estudiantil no ha sido nada cordial hasta hoy. Se han sustituido los organismos de inteligencia infiltrados en la universidad desde los años 60, gracias al humilde Lleras Restrepo, por las cámaras de los informativos que a pie de calle transmiten las ideas y actividades de los líderes de las protestas. Los jóvenes, algunos también humildes otros no tanto, abrazan a la tropa, le tiran flores a los carros blindados y contra todo pronóstico abuchean a la izquierda bolivariana. El entusiasmo de la prensa es incontestable. Cada uno a su manera adhiere a las reivindicaciones de los estudiantes y exige para sí, lo que el Estado colombiano jamás ha dado a la sociedad en toda su historia: respeto a la soberanía de los ciudadanos. La sola posibilidad de que esto suceda -algún día- nos ha puesto ansiosos, nerviosos y lúdicamente esperanzados. Alrededor del mundo hay multitudes que acamparon -o durmieron al raso por sus ideas- en nombre de la renovación de las formas de gobierno y la penalización de los crímenes económicos. Acciones descritas todos los días por los “twittforismos” desparramados por las redes sociales que nos han captado para una gran simulación de la experiencia tecnológica: las revoluciones digitales. La sociedad colombiana hundida en la contemplación de su propio ombligo, saciada en la pasión por el chovinismo desbocado de reinados, carnavales y partidos de fútbol, ha caído en el efecto imitación. De eso hasta los chilenos se dieron cuenta, porque movimiento, lo que se dice movimiento, siempre hubo, pero atemperado por el estatismo y la apatía de la conservadora nación cafetera.
De ahí viene el miedo. Por eso la tropa no se ha movido de las universidades y un glorioso exvicepresidente, copropietario de un centenario pulpo mediático y defensor de la libertad de prensa (de la suya claro está), pide auxilio al monopolio de la violencia estatal. Días después el editorial de otra revista -propiedad de la amplia parentela del ex- nos recordó el caso Dreyfus; citado tal y como aparece en la wikipedia. Este ejercicio intelectual -por peteneras- escrito a encargo por un primo segundo, o un sobrino en cuarto grado, nos obsequiaba una sabia moraleja: a pesar de los apellidos y la cuna ilustrada se puede llegar a ser un cochino fascista. De su lado está gran parte de la clase política que en los últimos 50 años ha sido incapaz de crear una interlocución eficaz con la universidad pública, porque ha fundado en calabozos ilocalizables otro claustro paralelo. Hace pocos años, quizá uno o dos, los esbirros del autócrata de turno se paseaban por el campus eliminando la crítica de las aulas, amenazando a los estudiantes y dejando muy claro que con la lengua quieta nadie corre peligro en la democracia más antigua de América Latina (Oh gloria inmarcesible y tal…).
Miedo y ansiedad. El miedo, si es que podemos llamarlo así, lo sufren las élites ahogadas en la corrupción, gobernadas por las simpatías de las clientelas políticas, contaminadas por los negocios ilegales y la riqueza fácil. Ansiedad es la percepción de una sociedad estancada en un fantasmal nacionalismo, lo que la obliga a buscar “héroes” en el cruce global de reproches que los movimientos de ciudadanos le hacen a sus gobiernos, a los mercados, al cinismo del “Estado del Bienestar” y a las promesas incumplidas de paz social.
Un reconocido economista demostraba cómo los programas de becas de una de las universidades más caras del país (El Harvard de Monserrate) resultaban inútiles, porque los estudiantes beneficiados de origen humilde no contaban con la suficiente red de contactos para conseguir un trabajo acorde con sus excepcionales capacidades. Concluía diciendo que de nada sirven generosos programas de becas que promuevan la inclusión social si los meritos de un profesional-becado-pobre son rechazados. Esa misma cuestión se puede trasladar a un proyecto de educación superior ¿De qué puede servir la “universidad gratis” si el elitismo de la sociedad va a condenar a los brillantes titulados al rechazo, porque vienen “de abajo”? Nunca como hoy ha sido tan urgente una reforma de la percepción colectiva de “ los de abajo” para eliminar los prejuicios contra los “sin apellido, sin recomendación, sin plata, sin futuro”. Es posible que los estudiantes puedan cambiar una ley univeristaria equivocada, pero es difícil que la protesta borre la enquistada mentalidad de las élites que gobiernan el país.

PS. Decálogo de la educación superior
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