17/8/12

PELANDO LA CEBOLLA: INSTRUCCIONES PARA LLORAR AL PADRE DE NUESTROS TRISTES TRÓPICOS


Günter peló cebollas y antes lo hizo Benedicto. Los propietarios de BMW, Mercedes y Volkswagen también lo hicieron en documentales y detallados estudios académicos con fotos de familia en el Nido del Águila. En Alemania es una costumbre pelar cebollas, hace tiempo es normal decir “fuimos nazis, estas son las circunstancias, juzguen ustedes”. 
Hace unos meses los prosélitos del padre de la antropología de inmersión -en las comunidades indígenas colombianas- lloran el pasado desconocido, y siempre sospechado, del primero al que se le ocurrió el disparate de escuchar mamos, chamanes y transcribir como un corpus mitológico los relatos que ellos contaban, escenificaban o le transmitían en algún ritual. El amanuense del ombligo del mundo fue nazi. La intelligentsia criolla gimotea pelando la cebolla; rasgados los pupitres andinos descansan en el basurero. Este curso habrá que cambiarlos.
Lucas se les adelantó con desparpajo a estas plañideras y presentó un espejo en el que se puede entrever la vaga imagen del exnazi, o del posible nacionalsocialista. En realidad, nadie sabe de quién estamos hablando. Resulta que Don Laureano Gómez introdujo en Colombia la crítica estética nazi en extensos ensayos en los que condenaba la degeneración en el Arte, lo que explica el atraso y la nula aparición de las vanguardias en el país. Este es apenas un fragmento del espejo roto de la simpatía de políticos, curas y aristócratas de finca, por el totalitarismo hitleriano. Los ejemplos de emigrados con sospechoso pasado, carnet del partido y el brazo derecho levantado de cara al sol, suelen circular en algunos corrillos de la historia nacional. Sin embargo, el nazi es otro, es el rubio que habla con los indios.
Algunos afirman “un nazi no puede ser indigenista”. Argumento trivial. El antisemitismo condujo al multiculturalismo subyacente de la academia alemana a la búsqueda de los vestigios de la difusión de una primigenia articulación mítica y cultural anterior al relato judío, la cual sería representada por el régimen en cuestión.  Nuestros indígenas serían uno de estos vestigios. Los nazis agruparon adeptos alrededor de su antisemitismo y anticomunismo. Las colonias hispánicas, mudos testigos de la diáspora, y sus católicas majestades prescidieron de banqueros, ligas de artesanos, y contables judíos, porque América proporcionaba todo el oro con la que una triunfante religión consiguió medrar. El Cristo doloroso de Monserrate es la viva imagen de un crimen cometido por…en tierra de antisemitas el nazi es rey.
Los prosélitos del triste trópico no se lo pueden creer, están en la etapa de la negación y pronto saltarán a la siguiente: el silencio compungido. A ellos les recomiendo estudiar la máxima política que ahora recorre el país: colombia está derechizada. Si vamos hacia atrás hubo un tiempo en que  el país fue parasitado por el totalitarismo hitleriano en la estampa de uno de sus más endiablados estadistas que comandaba una salvaje recua de "pájaros" (paramilitares, en jerga periodística). Si alguien resiste pelar la cebolla, adelante. Aunque estoy de acuerdo con los célebres opinadores patrios:  Colombia no es Alemania.

27/5/12

El exorcismo de la historia (o el publirreportaje de la amnesia)


  
“Es cierto que uno no debe alegrarse con la muerte de nadie, pero ese cuerpo abatido del mal, esa barriga al aire con una pistola en la mano, ese cadáver al fin incapaz de maquinar asesinatos, secuestros y actos terroristas, no nos entristeció”. Héctor Abad
Empieza el prosista antioqueño citando a medias a Hanna Arendt con el fin de justificar su catecismo de exorcista: el mal suele encarnarse en personas tan comunes, a veces tan amables y excéntricas como cualquier hijo de vecino, por eso consiguen engañarnos con superficiales actos de bondad y cotidiana simpatía. Según el escritor, envanecido por reflexiones ajenas, mal regurgitadas, hay personajes en la historia que encarnan el mal y punto, sin ambages, como Adolf Hitler y Pablo Escobar ¡Sí señor! no tiene vergüenza alguna Héctor y mete a los dos en el mismo costal (con otros especímenes, por si acaso).  Los lectores de la discípula del polémico maestro, vagabundo de la Selva Negra, echan algo en falta en este recurso. Por supuesto, lo que dijo Arendt (pp. 128-31) no tiene nada que ver con el supino tijeretazo del paisita. La cita completa diría más o menos: personajes históricos -como Hitler- encarnan la posibilidad del mal en cualquiera de nosotros, así que corresponde juzgar en cada uno de los casos de dónde proviene esta terrible posibilidad tanto individual como colectiva. Arendt indaga por la responsabilidad conjunta de la irrupción del mal, latente, como un espectro de naturaleza ambigua en la historia humana (v.g. el mal convertido en un “daño colateral” por el sistema totalitario nazi). La respuesta del escritor a este arduo trabajo es un simple: “que hubiera pasado si…” alguna encarnación del mal no hubiera ocurrido. De nuevo se apoya en las ideas ajenas de un historiador (c. 4) que, investigando el por qué de las guerras, ve en el caso de Hitler un ejemplo del impulso nacional y social que este tipo de acontecimientos cobran en un mismo individuo. Al contrario, Abad lo cita fuera de lugar con justificada candidez: si a Hitler le hubieran matado en la Gran Guerra no hubiera ocurrido otra segunda. Para luego huirse con esta gran conclusión: si a Pablo Escobar lo hubiera matado la desnutrición, o una diarrea, Luís Carlos Galán se habría inventado la reelección. Por suerte -para nosotros- hubo un día en que el exorcismo fue consumado y el mal dejó su empaque corporal para enaltecer el fervor nacional en la innata bondad patria, ya que tal “demonio” no volvería a pisar nuestra noble tierrita. Sin embargo, el exorcismo llegó demasiado tarde y sólo nos quedó la satisfacción de la “barriga pelada” al aire, inanimada y yerta. Podemos entender que el intelecto de Abad se agote en el publirreportaje de telenovelas y que deba ajustarse al molde: pintar a buenos y malos, explicar qué hacen los malos y por qué lo son tanto, señalar a las tristes víctimas entre el bando de los buenos, y anticipar el final feliz. El paisita cumple con sus compromisos comerciales a pie juntillas, se ha ganado los pesitos, no cabe duda. Además lo hace con filigranas intelectuales, críticas inverosímiles de ideas que ignora por completo y nos ofrece un sancochillo de su propia cosecha para reír con desenfado y despotricar con gusto sobre las provincianas limitaciones de uno más de los exorcistas del “Patrón” (y de paso, de nuestra fatídica historia).
II
Seguir las ideas de Arendt, con rigor, sin mezquindad, significaría aceptar que las “encarnaciones” individuales del mal son bienvenidas por un regocijo colectivo; silente en las circunstancias nacionales. No se trata de un Pablo Escobar "héroe popular", no hablo de ese recibimiento, quiero señalar la recepción que las élites políticas, judiciales y policiales dieron a este magnífico “espíritu del mal”. De lo contrario el 99% de sus -ahora telenovelizadas- fechorías no gozarían de la impunidad que las acorrala en el doloroso curso de nuestra historia. El “exorcismo” de Medellín no fue el desenmascaramiento del “espíritu del mal”, sino una cruel forma de ocultar la enquistada participación de las élites nacionales en el entusiasmo que rodeó al congresista, al hombre de negocios, al empresario deportivo, al hombre público, partícipe del poder que gobernaba el (doña) rumbo patrio.  En aquellos días, hace tan solo 30 años, las élites del país optaron racional, y emocionalmente, por el carácter “narco” de la nación como único medio de conservar el poder. Hasta los purpurados sacaron tajada. Abad no cita las investigaciones de Coronell acerca de los negocios entre la familia propietaria del Ubérrimo y el “Patrón”, tampoco el gorila que hamacó sus perezas en la constitución del 91, ni la conspiración liberal que puso a Gaviria en el poder y que luego cambió de “encarnación del mal” como si nada. Este publirreportaje de la amnesia ignora que el unicornio, los hipopótamos y demás fieras del bestiario de Escobar se saltaron por décadas todos los controles de un Estado democrático. El mal requiere un consentimiento y el Patrón tuvo el asentimiento del país político y económico. Sin embargo, nuestro prosista antioqueño dice que es hora de enfrentarse a la “encarnación del mal”; le invito a que contemple una de esas reencarnaciones en alguno de los tantos espejos que decoran su estupendo apartamento en el valle del Aburrá.

9/5/12

Huyendo de las putas y con suerte del puto país en el que nació

"En Mediocristán (1), me resulta doloroso reconocer, abundan los idiotas convencidos de que viven en otro país, cuando no en otro planeta (...) El Pasado es el país del que nunca te has ido, el país en el que siempre estás de vuelta.", Luis Noriega
Si de algo ha servido la diáspora colombiana de los noventa es para consolidar una elegíaca repetición de algunos recursos literarios, mil veces deglutidos, y a veces abusados por otras sagas de escritores. Los prosistas criollos han descubierto las recetas para acumular líneas en un papel dictadas por el mercado editorial anglosajón, ahora popularizadas por los editores peninsulares. Por ejemplo, la reconstrucción individual de hechos documentados por la prensa y el obvio malestar colectivo;  la reconstrucción histórica, o metatextual, de hechos que todo el mundo ignora (véase el bicentenario o la vida de Cuervo); y la reflexión autocomplaciente matizada con sabiduría literario-filosófica de las anodinas desventuras del outsider -en este caso un expatriado latinoamericano-, enterrado en un fondo sin fondo aunque satisfecho y follador.
Este asuntillo viene del peruanito Romaña o de los porteñitos melancólicos fumando soledad en una buhardilla del barrio latino. Aquellos personajes ya protagonizaron los necesarios reencuentros con la parentela de la tierrita y sus disparatadas exigencias locales, las medianías de la patria por las que la historia y la inteligencia han pasado de largo, así como los estereotipos burlones de los compatriotas vistos por un desarraigado (colombianito en este caso) que sabe hilvanar tres frases consecutivas con dos whiskies en la cabeza. He leído uno de esos artefactos literarios y he disfrutado mucho con todas esas formulitas “precocidas” por la teoría literaria, fruto de una lectura selectiva de Borges, Bellow, Roth, Foster Wallace, o Proust, adobadas por los dañinos protocolos de Granta y New Yorker. Con este cóctel inyectado a vena los escritores de la diáspora pretenden reivindicar nuestra escasa sensibilidad literaria, la poca que se ha salvado del consumo masivo de los productos digitales que obnubilan nuestra imaginación. 
La historia que leí, destripada en 52 apartados, microcapítulos, acápites, o lo que sean, trata de un personaje de mediana edad al que le sorprende el derrotero biológico de la reproducción, ese que ve en el paso de las generaciones un cómodo sin sentido al que a veces llama “certeza”, otras “fracaso”, a veces “onania”. El personaje en cuestión tiene que volver a la “ciudad bonita” en la que creció, después de años de ausencia y las tácitas exigencias de una vida adulta que no llega…forever young y tal. Su entorno está encabezado -como no- por una mujer, Carmen, que la chupa y ejerce una extorsión reproductiva con esta muestra de cariño. Siguen el padre con una novieta de 30 años y un recién nacido en casa, una madre…como son todas las madres; y los compañeros de PROM, una escena muy facebook, típica de otras novelas y de películas muy vistas. Igual nos pica la curiosidad y queremos saber cuáles son los muertos que habitan aquel cementerio de recuerdos. El esquema de capitulillos numerados, lo que también podría ser una secuencia con separaciones a doble espacio o con divisiones estrelladas tipo ********, es:

1-14. El sin sentido de la sucesión generacional y sus esfuerzos inútiles por levantar la cabeza.
14-21. De hijos ajenos y condones propios.
22. Abortada reflexión sobre la mierda y la moneda, así como el velado imperativo biológico que todos los días nos lleva al baño.
23-37. La vuelta a casa…
38-40. Las putas y la huida.
41-43 El incidente.
44. Parábola: nadie escapa del imperativo biológico de la reproducción o cómo el individuo pasa de manada en manada. No hay escapatoria.
45-50. Las generaciones dialogan a lo sordo.
51-52. El capullo bucea desnudo.

Debo reconocer que a partir del acápite 27 encendí el lector automático. Un método para detenerme en los pasajes más interesantes como las simpatías del autor por el culo de Carmen, la escasa libido que muestra ante su cuerpo acariciado por el sol bumangues, el recurso a Messi y al bueno de Joan Gaspar, que no ganó una sola copa con Rivaldo y los 40 goles que metía por temporada, y otros de esos detalles trascendentales en la narración.
El capitulillo 48 es lo único que vale la pena de este cuento, destripado en 52 apartes: las putas. Haber empezado por ahí. Servido de un epílogo de Flaubert, el autor nos quiere insinuar que las putas meten miedo, obligando a su tierno escepticismo a refugiarse en un Hot Dog, una vulgar salchicha. No creo en los signos fálicos, ni en la proyección del deseo y otras majaderías. Freud es un cosmólogo, así que los órganos y los sueños son sólo la representación de unas cuantas fuerzas elementales. Paro aquí y sigo con la huída de las putas.
Nuestro personaje huye de las putas como de su paisito y de los chantajes bucales de Carmen. Colombia es un burdel y por lo tanto el autor nos revela la crudísima, aunque metafórica, realidad: somos los hijos de las trabajadoras sexuales que desempeñan sus funciones en él.  Esto no encaja con el temor a la reproducción, porque en los Burdeles salvo accidentes no se va a procrear. Esto lo resuelve Carmen que pide una inseminación abundante fuera de sus labios y que al final debe conformarse con el impase que el desarraigado nos describe así: Doña Polla está buceando sin traje de neopreno.
¿52 lo que sean para terminar en esta frase? Por una cábala o aritmética que nos es desconocida el autor nos ofrece un chascarrillo de surfista digno de toda la teoría que la academia le metió por donde pudo, o ¿será la ambición de sobresalir entre los dedos de Granta? Quizá es la licencia que empezó con el escritor de la Pantera Rosa y la masturbación de Batman, una obra indispensable de la literatura colombiana actual. El caso es que como dice el bueno de Vargas Llosa en un libro trop marxista: hasta la literatura tiene que dar espectáculo, incluido él. 
El violinista de Tolstoi, la familia de comerciantes de Mann, el médico de Chejov, las heroínas de Turgueniev, el gato de Bulgakov, el perezoso de Goncharov, la Condesa de Guermantes, Shylock...estos personajes bellos en su contradicción, ligeros en su sabiduría, desaprensivos en sus actos nos aburren en el siglo XXI; en contra de lo que dice Bloom. Ahora viene el colombianito outsider que se preocupa por decir polla, joder y coche, el escritor que habla sin vergüenzas del Barça, comedia americana y otras pelotudeces que se cruzan por el televisor. Alguien que contemporiza para desaburrir con su parrafada en serie numérica y unas cuantas -¡muchas!- pajas generacionales.
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1.  Mediocristán es una visión del mundo sin excepciones, impermeable a lo singular, con variaciones estadísticas aparentemente estables. Un experimento mental propuesto en "El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable" escrito por Nassim Nicholas Taleb. Este libro expone con diversos ejemplos cómo se subestiman los efectos de un evento particular que "en apariencia" no afecta al conjunto de los hechos y desenmascara la falacia de lo previsible. La categoría opuesta es "extremistán" en el que cualquier hecho singular impacta al conjunto, lo que es susceptible de identificarse con nuestro entorno: tiranía de lo accidental y lo azaroso, primacía de lo singular, emergencia de radicales como ganadores y perdedores. Estas dos categorías sirven para mostrar y transformar en palabras de Taleb: "El hiperconservadurismo frente a las cosas que no entendemos y que no podemos predecir. Por ejemplo, el medio ambiente. No creo que Al Gore pueda entender un sistema tan complejo y anunciar qué va a pasar con el planeta, pero sí creo que deberíamos reducir la cantidad de autos y dejar al planeta lo más tranquilo posible. Ante la duda, hay que hacer lo mismo que la humanidad ha estado haciendo desde siempre: hasta las manadas de elefantes siempre llevan consigo a un elefante viejo, porque pueden recordar. Y, por otro lado, ser hiperescépticos. La mayor parte del pensamiento, en particular desde el Iluminismo, se ha enfocado en cómo transformar conocimiento en decisiones. A mí me interesa cómo transformar la falta de conocimiento, la falta de comprensión, en decisiones".

20/3/12

EL PAPEL HIGIENICO DE LA GUERRA O LA PAZ POR CORRESPONDENCIA

“Ante tan sombría perspectiva creemos que sólo la audacia política, que no identificamos con inopinada temeridad, puede abrir caminos inéditos para la reconciliación”. Firman los intelectuales.

En el país en que el avispado se come al bobo tres veces al día -y repite por educación- la intelligentsia criolla ha decidido entregarse a la superchería epistolar. En una pareja de elegantes cartas reconoce que el brazo estatal de los señores de la guerra está ganando la contienda, mientras pide a los guerrilleros que reflexionen a partir de este incomprensible galimatías:

La “Obra Revolucionaria” pierde su vigencia histórica cuando las condiciones políticas que la propician no existen o desaparecen, así prevalezcan condiciones económicas y sociales que aparentemente la justifiquen.

A este pasaje le rodean expresiones igual de confusas pero tan elocuentes como: “arriar la bandera de la reconciliación”, “audacia política”, “inopinada temeridad”, “retórica belicista y la excitación a la revancha”, “el objetivo nacional a la vez más incluyente y exaltante”, “su continuidad es una realidad que pisa los umbrales de la desesperanza, “la ‘inevitabilidad’ de la guerra”; “conciliación con pérdidas razonables”; “Los juegos del poder se balancean”, etc.

El desafortunado acertijo intenta contarnos en tres líneas la historia y desenlace de un conflicto que ha conseguido, con no poco esfuerzo y dolor, cruzar las fronteras de dos siglos. El supuesto de esta correspondencia es que hubo, alguna vez, ciertas condiciones socio-políticas que desataron el conflicto, circunstancias que han “desaparecido”, dicen los académicos, a lo que debe seguir un proceso de reconciliación.

Ignora la intelligentsia criolla que el conflicto se ha transformado en los últimos 30 años. Las fuerzas antes enfrentadas se alían en un próspero negocio de mercenarios que de uno y otro bando venden sus servicios al mejor postor. Lo que en el principio fue un juego de piezas blancas y negras se transformó en una neblinosa partida de pequeños grupos sin ganadores ni perdedores, pero con muchos muertos y desplazados. Señores de la guerra fragmentados en paraestados mínimos que se rigen por las normas de optimización de las ganancias sin importar insignias, banderas o acrónimos ideológicos. Estos señores tienen representación en los partidos políticos y en las instituciones públicas, también en los ejércitos que juegan al despiste en las selvas. Sin embargo, no están en la carta de los académicos. Los señores de la guerra consiguieron erigir a su propio autócrata en los dos mandatos anteriores, gracias a una jerga patriotera que periódicos de circulación nacional y la TV difundieron como el “fin-del-fin” del conflicto (y el del-fín llegó por supuesto). La escenificación de la paz, centro de los ruegos de estas cartas, es un mero teatro en el que dos guignoles pretenden resolver un conflicto que no está en sus manos. A pesar de los hechos, la intelligentsia clama a los cielos por un escenario de conversaciones, mientras la PAZ-REAL tiene un precio en el mercado de los señores de la guerra que ya negocian sus cuantiosos dividendos.

La historia y desenlace del conflicto podría resumirse mejor de otra manera:

En una lejana ex-colonia una serie de guerras civiles entre desposeídos, usurpadores y cachiporros se encadenaban una con la otra. Los primeros descalzos, analfabetos y a veces comunistas. Los segundos terratenientes, ricos, y siempre autoritarios. Los terceros se dividían entre los primeros y los segundos. La paz en los primeros cien años del conflicto no era un tema que preocupara a las partes, al contrario solían intercambiarse mensajes por medio de los cortes que con gran destreza un carnicero realizaba en los cadáveres del enemigo: la corbata, el fumador, el hablador, la cabeza sin jinete. El primer alto al fuego del que se tiene noticia acabó en tiroteo, no hubo sobrevivientes entre los invitados del otro lado de la mesa. En el último todo quedó como estaba. Los fusilamientos, masacres y asesinatos eran historias de nunca acabar, hasta que apareció el Vate nacional, un semidiós del lenguaje, que nos contaba aquellos duelos de sangre en un género literario que se inventó especialmente para sus novelas: magic realism. Los coroneles, capitanes y la tropa rasa, deprimidos por la muerte, la desolación y el sufrimiento se transformaron en imaginarias sombras del virulento transcurrir de la historia. Este dignísimo fabulador llevaba siempre en el bolsillo, por precaución, su pasaporte y un billete para Mexico D.F.; aun tiene muchos amigos por allí. Los señores de la guerra nunca estaban solos, algunos leían Mein Kampf, jugaban al golf o vivían en Suiza. Hasta que una riqueza emergente empezó a subsidiar la política nacional en las postrimerías del siglo XX, lo que también ensanchó los dominios del ejército irregular que se oponía al estado. El dinero brotaba de las selvas empacado en enormes sacos de esparto que las fuerzas de seguridad acarreaban con docilidad y gastaban con locura, mientras compartían garito con el enemigo que también se iba de parranda. En medio de la música, el trago y las reinitas ¿P'qué paz? Fin-delfín

20/1/12

Carta a un animalista

“Has hablado igualmente de nuestro daño e injusticia para con los animales y esto es cierto. Pero si pensases y reflexionases, sabrías y verías claro que todo esto es insignificante al lado de los golpes, injusticias y daños que vosotros causáis, como contó el delegado de los cuadrúpedos en el capítulo primero. Por otra parte, el daño que os causáis a vosotros mismos unos a otros supera todo esto…”; dicho por el delegado de las fieras en La disputa de los animales contra el hombre traducción del original árabe de "La disputa del asno contra Fray Anselmo Turmeda" (trad. Emilio Tornero). A la izquierda estofado de rabo de toro.

Apreciado
Amigo,
He leído con atención sus argumentos en contra de la lidia de toros bravos. Me parecen muy respetables y sin duda enriquecen un debate reducido -por los parciales de la tauromaquia- a la tradición cultural, el arte y el gozo estético. No se tienen en cuenta los aspectos morales de infringir violencia y causar dolor a un animal o contemplar aquel “espectáculo” con un cierto “placer” (lo que usted eleva a patología apoyado en algunos recursos bibliográficos).
Quisiera mostrarle que la "moralidad" acerca de los actos violentos contra las demás criaturas de la naturaleza (animales y vegetales) tiene una larga historia, una genealogía que los animalistas ignoran igual que los seres a los que anhelan proteger. Lo digo por la reproducción que ahora se ve en Latinoamérica de las protestas en defensa de los derechos animales y en contra de la segregación de las especies -herederas de un pasado reciente- que están muy de moda en la península. Estos movimientos tienen, en cambio, unos móviles políticos muy bien administrados en contra del “hispanismo” y del barbarismo que la cultura anglosajona -o centroeuropea- achaca a los pueblos mediterráneos.
Este debate es muy complejo, porque también cabe preguntarse desde qué contexto ideológico y con qué tipo de identidad moral se juzga a la tauromaquia. Acaso un gobernante que se dice progresista no quiere corroborar su programa político con estos juicios morales hacia la fiesta brava, lo que convierte sus palabras en una agitada exhibición ideológica.
Sin duda, este es un problema externo al debate, porque lo cierto es que los juicios morales hacia la crueldad animal o los actos violentos contra la naturaleza parten del uso de unos términos y la determinación de unos significados que buscan la "humanización" de todas las criaturas. Usted en su artículo habla por el toro sacrificado y los toros a lidiar que no pueden defenderse. Ellos carecen del lenguaje, del discurso moral y del contexto "humanitario" para alegar la inmoralidad de la fiesta en la que participan (muy a su pesar diría usted).
La antigua costumbre de dar voz humana y carácter moralizante a las criaturas de la naturaleza es motivo de un bello relato que proviene de la tradición musulmana (extrañamente afiliada a la violencia en los tiempos que corren). El texto del que hablo da voz a los animales y ellos nos cuentan cómo la violencia en la naturaleza obedece a la violencia que el hombre ha ejercido en su contra. En términos rigurosos habría que hacer un juicio moral al proceso de domesticación de las especies animales y al sacrificio de sus especímenes para el consumo humano en todas sus facetas (trabajo, carnes, pieles, combustibles, usos científicos y cosméticos). En suma, la razón moral que usted representa -con tanta soltura- debería juzgar el proceso histórico de la destrucción de la naturaleza que nos ha puesto en nuestra actual situación “civilizada”. Me agradaría que consultara las cifras de sacrificios animales que todos los días -de forma mecanizada- se realizan en el planeta y los kilos de carne que han alimentado a la mentalidad moral que usted dice representar.
El testimonio textual que cito le mostrará que dar voz “humana” a las criaturas para que ellas hablen al hombre de virtudes, violencia, crueldad y vicio, proviene de la fe en la bienaventuranza divina de la que disfruta la naturaleza. Siento decirle que su moralidad antes que filosófica es halagadoramente religiosa y posiciona a la razón moral en la cúspide del juicio que nuestra "especie depredadora" (también en la cima de la cadena alimentaria) puede hacer de cualquier comportamiento violento. Usted no podría hablar de inmoralidad sin la presunción de una moral "inherente" a la naturaleza. Sus juicios no dejan de ser la expresión del sofisticado escrúpulo de unos carnívoros "cultos" que odian ver la sangre y el dolor, aunque puedan deleitarse con un enorme filete, papas y cerveza.
Para corroborar sus argumentos deberíamos dejar de ingerir la carne de animales sacrificados, rechazar vestir con pieles y no montar a caballo...y otras interdicciones más; las que me recuerdan las prohibiciones de los maniqueos (del siglo IV D.C) que no podían arrancar una manzana del árbol, ya que esto implicaba ejercer el mal hacia la bondadosa vida de la naturaleza.
Espero que disfrute del texto que le envío y le dé más argumentos para acompañar a los progresistas bogotanos en estos debates tan "contemporáneos" y descabelladamente "postmodernos". Intercambio de ideas que ocurre dentro de una sociedad en la que junto al consumo carnívoro se alaba el “canibalismo social” como forma de poder territorial y político a espaldas del nada patriótico derecho humanitario.

Un cordial saludo

El original árabe de 'La disputa del asno contra fray Anselmo Turmeda', estudio y traducción Miguel Asín Palacios pp. 1-51, Revista de Filología Española, 1914.

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